La inventó Brad Soden, un bombero que participó en la guerra del Golfo y que no tenía experiencia alguna en mecánica o ingeniería. Y lo hizo después de que su mujer sufriera un accidente de tráfico en 1999 en el que ella quedó paralizada de cintura para abajo.
«La situación me puso enfermo. No podía entender por qué alguien no podía disfrutar las cosas por una discapacidad que no era su culpa», afirma en Tankchair.com, la página de la empresa que vende estas sillas. Explica que estaba con su mujer, Liz Soden, y sus cinco hijos en un parque natural de Arizona cuando se cruzaron con un enorme ciervo y un grupo de hembras. Intentaron seguirles a pie para que los niños lo vieran, pero la silla de ruedas de su mujer se atascaba en el terreno.
«Sus palabras exactas fueron: "seguid sin mí". Lo encontré inaceptable, y le prometí que le construiría algo». Probó con pequeños motores de gasolina y luego con varios propulsores eléctricos. Fue de fracaso en fracaso hasta que compró un chasis de orugas y desarrolló un sistema de fusibles para evitar quemar los motores. En ese punto, la silla funcionaba pero el motor no duraba mucho. Hasta que trabajó con la compañía de robótica NPC. «Me llevó dos años y muchas cervezas en mi garaje desarrollar el primer modelo, pero ahora avanzamos a pasos agigantados».